Hoy es un día triste para los aficionados a la Ciencia-Ficción. Ha muerto Arthur C. Clarke.
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Autor de relatos de este género, se le conocerá para siempre por ser el autor de "El centinela", fascinante recreación sobre el descubrimiento por la Humanidad de que no estamos sólos en el Universo, posteriormente desarrollado y llevado al cine al alimón con otro gran maestro, Stanley Kubrick, en "2001, una odisea del espacio".
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Prolífico escritor, a su infatigable e imaginativa pluma se deben novelas convertidas en pilares del género como "Cita con Rama" (de nuevo el encuentro con una civilización alienígena, o al menos con un ingenio proveniente de la misma, semejante a un arca de Noé) o "Las fuentes del paraíso" (donde se desarrollaba la idea del "ascensor espacial" que quizá algún día se haga realidad). También nos dejó innumerables relatos, quizá donde su inventiva alcanzó mayores cotas de genialidad, tanto con recopilaciones "monotemáticas" como "Cuentos de la taberna del Ciervo Blanco" como en recopilaciones imprescindibles: "El viento del Sol", "Cánticos e la lejana Tierra"...
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La divulgación científica no sólo no le fue ajena, sino que constituyó una de sus tareas más encomiables, pues no sólo acercó a millones de lectores los campos más diversos de la ciencia, sino que lo hizo de manera única, tremendamente didáctica aunque no por ello menos emocionante. Paradigmático es el ejemplo de "El mundo es uno", ensayo completo y complejo sobre la historia de la comunicación que se lee con la misma avidez que una novela de aventuras, porque a fin de cuentas la comunicación es eso, la aventura por trasladar el conocimiento entre los hombres distanciados.
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Resulta emocionante leer la descripción que hace en esa obra Clarke, por ejemplo, de la instalación de los primeros cables telegráficos transoceánicos mediante grandes barcos de vapor cargados con interminables bobinas de cables de cobre aislados con gutapercha a mediados del S. XIX.
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Y es que la vida de Clarke es importante no sólo a efectos de creación literaria sino de índole científica, especialmente al hablar de comunicaciones. Suyo es el concepto de situar satélites en órbita geoestacionaria, de manera que giren en sincronía con la Tierra, en un punto que él mismo determinó (por lo que se denomina "órbita Clarke") y permitan transmitir señales de radio de manera global.
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Fruto de ese cálculo es gran parte del progreso tecnológico de la India, pues su situación geográfica hacía necesaria la instalación en su territorio de repetidores para dichas señalas, ubicando otros en puntos equidistantes del planeta (Europa y Estados Unidos). Es por ello que se trasladó en su juventud a la zona, donde permaneció el resto de su vida convirtiéndose en residente de Sri Lanka hasta el día de hoy.
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Arthur C. Clarke nos hizo, con su talento e imaginación, subir a las estrellas y adentrarnos en el universo infinito y desconocido, mientras nos acostumbraba a las maravillas de la ciencia que progresaba a pasos agigantados en nuestro planeta.
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Suya es la frase "cualquier tecnología suficientemente avanzada resultaría indistinguible de la magia", y quizá su prodigiosa mente encerraba algo de mágico, pues encantó a generaciones de aficionados a la ficción, a la ciencia... y a la maravillosa conjunción de ambas.
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Descanse en paz e infinita gratitud.
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